Desde mi infancia, mi cuerpo me enviaba señales que ignoraba: alergias, amigdalitis constantes y molestias en la piel. Con el tiempo, esas señales se transformaron en lesiones que, sin saberlo, eran los primeros indicios de psoriasis. Durante años minimicé los síntomas, creyendo que eran simples irritaciones pasajeras.

Fue en mi juventud cuando un dermatólogo confirmó el diagnóstico: psoriasis. Aunque me sugirieron cambios en mi estilo de vida, no les di importancia en ese momento. Con los años, el estrés, las dificultades económicas y las emociones reprimidas hicieron que mi condición se agravara hasta el punto de afectar toda mi piel. Me sentí atrapada en un ciclo de desesperación y aislamiento.

Busqué respuestas en la medicina tradicional, pero la respuesta siempre era la misma: «No tiene cura». Sin embargo, me negué a aceptar esa idea. Después de una década de lucha, descubrí la medicina biológica y, con ella, la esperanza de que había un camino hacia la sanación, y lamentablemente todo quedo igual.

Hoy sé que la psoriasis no define quién soy. Mi cuerpo no estaba fallando, sino pidiéndome ayuda. A través del autoconocimiento, la alimentación y un enfoque integral de la salud, encontré un nuevo equilibrio. Ahora comparto mi historia para que quienes enfrentan este diagnóstico sepan que no están solos y que sí hay alternativas para mejorar su calidad de vida.